viernes, 13 de mayo de 2011

* BREVE NOTA: Amigos, estoy ya de vuelta en España, pero eso no quiere decir que se me hayan acabado las historias que contar. La semana que viene, ¡más aventurillas!!

viernes, 6 de mayo de 2011


CAPÍTULO 18. MIÉRCOLES 4 DE MAYO, UNA TARDE EN EL TEATRO.

El miércoles tuvimos un día primaveral en toda regla: el sol brilló e hizo un calor bien digno del mismísimo mayo cordobés. Andaba yo a media tarde por la bulliciosa calle Tverskaya en dirección al Kremlin, camino de casa, cuando ví a una típica ancianita rusa que estaba gritando algo a la muchedumbre al lado de un teatro. Siempre llevo puestos auriculares, pero ese día tenía mucho en lo que pensar y quería hacerlo escuchando el ruido de la ciudad, por lo que entendí perfectamente a aquella mujer mientras la sobrepasaba:

- ¿Nadie quiere acompañar a esta abuelita al teatro?, ¡tengo entradas gratis!...¡Caballero!...¡señorita!...

Pensé que tenía cosas que hacer y que debería irme a casa, por lo que la evité y seguí mi camino. A la altura del Ritz, varios metros más adelante, fue cuando me di cuenta de lo temprano que era y de la oportunidad que aquella señora me brindaba, por lo que me volví ipso facto y regresé corriendo a la entrada del teatro, donde me encontré una escena bastante injusta: la buena mujer en mitad de la acera, vestida de punta en blanco, con las mejores intenciones y los billetes en la mano y todo el mundo apartándola y esquivándola como si fuera un obstáculo más de la ciudad.

- Señora, ¿es cierto que tiene entradas gratis para el teatro?
- ¡Por supuesto, jovencito! Míralas, aquí están... me las han regalado, pero no tengo a nadie que me acompañe y pensé que sería una pena desperdiciar una de ellas. ¿Quieres venir conmigo?

Cuando le dije que sí, se le iluminó la mirada, le cambió la expresión de la cara y empezó a hablarme de un montón de cosas que parecía que tenía guardadas desde siempre esperando a que yo apareciera para contarlas: que si la calle Tverskaya, que si la juventud de hoy en día, que si cuando ella tenía mi edad, que si las obras que había visto, que si... Me preguntó de dónde era y me presentó a los acomodadores como su "novio español", mientras entrábamos a la sala del brazo. Yo la miraba de reojo y la veía feliz, con sus ropas viejas y raídas, pero preciosas.

Me explicó que la obra que íbamos a ver versaba sobre la vida de Pushkin y su tormentosa historia de amor con Tatiana. Incluía algunos poemas y piezas de ópera y duró dos horas que disfruté de principio a fin, a pesar de que no entendiera muchas partes.

A la salida, Alla -que así se llamaba mi acompañante-, comentó entusiasmada sus escenas favoritas. Después, nos agradecimos mutuamente la compañía, nos despedimos y emprendí de nuevo el camino de vuelta a mi casa.



"Tengo que leer más a Pushkin"
, pensé mientras cruzaba la Plaza Roja con el sol ya bajo.

domingo, 1 de mayo de 2011

CAPÍTULO 17. 1 DE MAYO, MIS INICIOS COMO PERIODISTA Y LA EXPOSICIÓN DE DIOR.

Los días para el recuerdo se suceden uno detrás de otro, dos meses aquí me están cundiendo como varios años en cualquier otro sitio.

El viernes la revista Element publicó el artículo que había escrito para ellos unas semanas atrás y por fin me confirmaron que me quieren como colaborador regular. Me apetece un montón trabajar con ellos y me han ofrecido que haga las críticas de restaurantes y discotecas moscovitas, lo cual es bastante “apetitoso”, aunque no he cerrado nada porque me voy en mayo y todavía no sé si volveré, ¡toda mi vida está en el aire! O mi vida o mi futuro inmediato, por lo menos…

Mientras resuelvo esta incertidumbre, disfruto viendo mi cara impresa en la séptima página de la publicación y respondiendo a amigos que me han leído (Para los que no tienen la suerte de estar en Rusia, existe una versión on-line de Element, en la que también sale mi esta carita mía en blanco y negro: http://www.elementmoscow.ru/main.php?article=2025).

Hablando de otros temas, Moscú anda revolucionada estos días por la exposición de Dior que se acaba de inaugurar en el museo Pushkin, el segundo más importante de Rusia después del Ermitage. No hay periódico, revista o cadena de televisión que no la mencione como uno de los acontecimientos del año y a juzgar por los carteles que empapelan toda la ciudad, no hay ruso que no esté enterado de su existencia. Igualmente, Facebook está que arde con el tema y cada vez que lo abro me encuentro innumerables artículos, fotos, referencias o comentarios de amigos, lo mismo en Francia que en Rusia, que alaban la calidad de la muestra. Ante tal revuelo, yo no podía esperar y el viernes, en cuanto tuve un rato me acerqué a comprobar de qué iba “Dior Inspiration”.




No sabía lo que me iba a encontrar, pero da igual, porque creo que nunca lo podría haber imaginado ni podría haberme preparado para tal bofetada de arte: el museo ha llenado seis de sus salas con los trajes más espectaculares y representativos de la casa francesa intercalados con muebles, joyas, óleos y otras obras de los mejores pintores, fotógrafos y artistas de los siglos XIX y XX.

Las piezas creadas por Christian Dior, Yves Saint Lauren, Marc Bohan, Gianfranco Ferré y John Galliano -directores creativos de la marca- comparten espacio con Picasso, Renoir, Cezanne, Gauguin, Matisse o Goya, entre otros, estableciendo así un diálogo atemporal e interdisciplinar en el que es imposible concluir quién influye sobre quién. Además, referencias al cine, la publicidad y la fotografía provocan que uno no acierte a definir si está en una exposición de moda, de pintura, de historia o de artes decorativas.

El recorrido comienza debajo de un arco enorme con el logotipo iluminado de la casa francesa. A la izquierda, un traje en blanco y negro de la primera colección del diseñador en 1947; a la derecha, su réplica más reciente firmada por John Galliano. Por delante, una enorme escalinata forrada en blanco que dirige hasta uno de los salones más bellos del museo nos da la bienvenida. Una vez ahí, un viaje en la historia con paradas en las ideas y lugares que inspiraron a la firma: la primavera, llena de color y alegría; la Francia de Luis XVI, con retratos de María Antoñeta; el cubismo picassiano; el glamour del cine; el Egipto faraónico, la España folclórica y religiosa; el lejano Oriente… y así hasta una docena de escenarios cuidados hasta el más mínimo detalle, con lámparas de araña allí dónde proceden y apropiadísima música mística, de vals o francesa, dependiendo de la temática.













Hay también una sala dedicada a los perfumes en la que se revisan las impecables campañas de publicidad que hizo para la casa francesa René Gruau, además de mostrar los spots más famosos de los últimos años, todo un regalo para la vista.







Otra de las estancias recrea de forma un tanto romántica el taller parisino de Christian Dior, con estanterías repletas de maniquíes, patrones, telas a medio cortar, hombreras… De nuevo, le acompañan fotos en blanco y negro de la moda francesa en los sesenta y setenta.



La sala dedicada al glamour del cine, oscura e iluminada por proyecciones de películas antiguas, muestra piezas llevadas por Elizabeth Taylor, Grace Kelly, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe… y un sin fin de estrellas más de la segunda mitad del siglo XX ordenadas cronológicamente hasta llegar a las más recientes: Penélope Cruz, Marion Cotillard, Nicole Kidman…




He hablado con amigos que han estado en las exposiciones parecidas que organiza el Metropolitan de Nueva York y me han dicho que esta las supera con creces, que no hay color. Tres años de trabajo y un catálogo de piezas del Museo d’Orsay, el MOMA, el Ermitage o el propio Pushkin hacen esa afirmación incontestable.

Yo recorrí las salas en algo más de una hora, aunque creo que podría haber pasado en ellas un día o varios, ya que no tuve tiempo de asimilar todo el material y reflexionar sobre el mismo. Por lo tanto, en cuanto pueda, volveré. Laura, mi acompañante esa mañana, dijo al salir que hacía tiempo que no había estado sobre-expuesta de tal manera a tantísimo estímulo y que no tenía palabras para describir lo hermoso de la muestra. Efectivamente,por mucho que te lo cuenten, hay que estar allí para verlo. Es la exposición más bonita en la que he estado en mi vida y ahora se me hace imposible imaginar la alta costura fuera de un museo...
¡TODO EL MUNDO AL PUSHKIN!


*Fotos: elpais.com, vanitatis.com

jueves, 28 de abril de 2011

CAPÍTULO 16. 28 DE ABRIL, MI PEQUEÑO DESCUBRIMIENTO URBANÍSTICO.

Una de las cosas que más me gusta y atrae de Moscú es el hecho de que todo aquí es difícil, está escondido y en muchos casos, es inaccesible. Esta es una teoría que lo mismo se podría aplicar a sus toscos habitantes, que a su basta arquitectura contemporánea, motivo de mi post de hoy.

Cuando uno pasea por París, quiera o no, le invade la belleza y grandiosidad de sus calles; en Londres, sucede lo mismo con el ambiente; en Berlin, con la historia; en Moscú...en Moscú uno tiene que pelear, leer, estudiar, perderse mucho y llegar a entender bien el carácter ruso para poder apreciar su arquitectura y estética. Yo, aunque comprendo a aquellos que la ven sucia, caótica e inhabitable, hace tiempo que encuentro a la capital rusa preciosa, por lo que me encanta salir a pasearla.

El otro día, recién salido de la exposición sobre Fellini, fui a explorar un poco más mi barrio, ya que al ser este exclusivamente residencial, no lo frecuenté mucho el año pasado. Tiene casas antiguas preciosas y es muy tranquilo. Es una verdadera pena el estado de muchos edificios, pero bueno... se ve que están trabajando en ellos. De hecho, fue gracias a una obra que fui a cotillear, que me encontré con un oasis de buena arquitectura completamente escondido en pleno centro de Moscú... En la rivera del río, al lado de Park Kultury, detrás de unas ruinas cochambrosas hay cuatro calles completamente diferentes a todas las demás de la capital: no tienen tiendas, casi no hay coches, todos los edificios son modernos pero bonitos y estos se alternan con jardines en los que las madres pasean a los bebés y los niños juegan al fútbol, y se ven a adultos afables paseando en bicicleta.

Las casas, de líneas limpias y sin florituras decorativas(¡increíble en Rusia!) se ve que están construidas con materiales de primera y no hace falta ser un experto para apreciar en ellas arquitectura de calidad. Yo, c
uando descubrí este "microsistema", quedé boquiabierto y fui corriendo a casa a por una cámara de fotos. Lógicamente, no pude retratar a la gente, pero si la arquitectura, que me hizo sentir por un momento que estaba de vuelta en Copenhague. Cualquiera que haya pasado por aquí comprenderá lo que digo al ver las fotos:

















Javi :)


martes, 26 de abril de 2011

CAPÍTULO 15. 17-24 DE ABRIL, UNA SEMANA DE CINE.

La semana pasada fue de cine, en el sentido más estricto de la palabra. Empezó con la proyección de la película "Primos" en el "35mm" y acabó con la exposición de Fellini en la Casa de la Fotografía de Moscú, "ambas dos" muy recomendables.

No sé aún porqué, pero no estaba al tanto de la celebración del Festival de Cine Español de Moscú. Me enteré tarde y de rebote (gracias a que cayó en mis manos un folleto) y sólo me dio tiempo a ver la última cinta de Sánchez Arévalo. Mereció la pena, no obstante. Es una comedia ligera de las que te hacen pasar un buen rato y añorar los veranos en la playa con tus primos, ideal para un domingo de primavera. Me llevé a Karen y a Laura conmigo y las dos disfrutaron bastante de la cinta, o al menos eso me dijeron. Yo, encantado, confirmé a su director como uno de mis favoritos.

El lunes estuve absorbido por el ruso y el martes fui con Karen y Jerome, mi colega francés, a la embajada de Irlanda para una merienda-conferencia del club de empresarios irlandeses. Iban a explicar la tediosa legislación rusa en términos de inmigración, por lo que cuando mi compañera de piso me propuso asistir, no dudé ni un momento, ya que es un tema que me interesa bastante. Además, la charla la daban los responsables de recursos humanos de "Price WaterHouse Coopers" y quería hablar personalmente con ellos. Efectivamente, en cuanto acabaron, me acerqué a saludar a estos dos amables señores que me atendieron cordialmente y me aconsejaron sobre cómo trabajar en Rusia. Curiosamente, según ellos, el camino más fácil para conseguir un empleo en Moscú pasa por Londres. Me recomendaron que me fuera a Inglaterra y me incorporara a una multinacional que me pudiera recolocar...no lo había pensado, la verdad.

Después del cocktail de rigor me fui a ponerme al día con mi amigo Wayne, que coincidencias de la vida, es de Londres. Hablamos y hablamos y hablamos y en mitad de nuestra habladuría nos interrumpieron dos chavales en la mesa de al lado. Les había llamado la atención escuchar inglés entre tantísimo ruso y querían saber de nosotros. Los dos eran españoles, ¡uno vivía en Córdoba y el otro en Londres (que se convertía así en la ciudad más nombrada de la tarde con tres menciones completamentes aleatorias)!. Estaban visitando Moscú durante las vacaciones y no les estaba gustando nada (que si la gente es muy desagradable, que si no está preparada para turistas, que si es todo muy caro, que si las distancias imposibles...), por lo que Wayne y yo adoptamos el papel pro-ruso y les explicamos porqué era todo así y les remarcamos aspectos positivos de la ciudad que también podrían tener en cuenta. Un par de vinos después, ya éramos mejores amigos. Les dí un par de indicaciones sobre dónde ir y quedamos en que nos llamaríamos durante la semana.

Al día siguiente, miércoles, me había comprometido con Karen a enseñarle ese sitio tan chulo en Kitai Gorad al que yo voy muchas veces al cine gratis: la "Kinosreda, Secret Society". Es un edificio multiusos en el que se reunen artistas para pintar, ensayar, experimentar y los miércoles, ver y discutir películas. La de la semana pasada, "El tercer hombre", no fue de mis favoritas, pero aún así disfruté mucho del paseo y del ambiente allí, como siempre. Este miércoles vuelvo.

El jueves rescaté a mis nuevos amigos turistas y los llevé a ver el ballet de las 1001 Noches al teatro del Kremlin. Quedaron encantados con la grandiosidad del edificio y yo, maravillado de lo bonita que fue la obra. Con un estilo muy cuidado y un escenario lleno de lámparas de aceite, palacios, velos, tinajas y tapices multicolores, pasé la mejor tarde imaginable viendo como la encantadora Scherezade le contaba al sultán las historias de Aladino, Sin Bad el Marino o Ali Babá y los cuarenta ladrones. Después de eso, para no estropear el día, me fui directo a dormir, que me esperaba un fin de semana intenso.

El viernes estuve durante varias horas grabando los diálogos de un manual de español que unos conocidos míos han escrito. Fue divertido y agotador al mismo tiempo dado que, cuando comenzamos a trabajar, la chica que dirigía el proyecto me dijo que yo era el mejor actor allí y quería que hiciera la mayoría de las voces. Yo le expliqué que estaba resfriado y con la nariz tapada, pero ella, entusiasmada con mi expresividad, me lo pidió de tal manera que no me pude negar. Resultado: acabé haciendo de narrador y de varios personajes. No sé cómo habrá quedado, pero seguro que cuánto menos curioso el diálogo en el que yo leo la introducción y luego ejerzo de doctor y de varios pacientes a la vez que discuten entre ellos...

Acabado mi trabajo en el quinto pino moscovita (fuimos hasta el final de la linea gris y luego cogimos un bus durante quince minutos) volví a casa corriendo para vestirme para la gran fiesta de la primavera en Solyanka. Éste, como mucha gente sabe, es mi garito favorito en el mundo entero y la parroquia que suele asistir a estos eventos es tan amistosa, simpática, alegre y divertida que no me lo podría haber perdido por nada del mundo. Además, Sascha, a la que no había visto en toda la semana, estaría allí, por lo que ignoré mi cansancio y me fui para la discoteca a bailar con ella hasta altas horas de la madrugada.

El sábado era el cumpleaños de nuestra amiga Onia y se vino a celebrarlo a casa con unos amigos. Bebimos champán, comimos tarta de chocolate y conocimos a caras nuevas de la comunidad extranjera en Moscú. Fue un día tranquilo y agradable. Ya de madrugada, nos acercamos a un garito nuevo de Arbat para mover un poco el esqueleto. De camino pude comprobar cómo los rusos religiosos celebraban su Pascua paseándose con velas por las calles y asistiendo a las iglesias. Inocente de mi, pensé que esta gente celebraría la Semana Santa unos días despues o no la celebraría en absoluto...¡craso error!

Yo no aguanté mucho en la discoteca, a pesar de que me encantó (es un sitio nuevo con decoración, música y gente al estilo de Berlín), por lo que a las tres me volví paseando a casa. Tuve la suerte de pasar por delante de una pequeña capilla que estaba abarrotada de gente. Entré para ver cómo celebraban los ortodoxos la Semana Santa y me encontré a una muchedumbre cabizbaja (ellas cubiertas y ellos no), portando velas y rezando discretamente para sí mismos alrededor del altar hasta que, de repente, las campanas fuera comenzaron a repicar fuertes y alegres y todo el templo se lleno de júbilo. Supongo que ese momento simbolizó la resurrección de Cristo, porque la gente se puso contentísima y empezó a abrazarse y a besar todo lo besable (velas, iconos, columnas, sacerdotes...). Yo me quedé un rato para agradecer lo afortunado que era de poder vivir una Pascua diferente y me fui directo a dormir.

El domingo estuvimos colocando lámparas. Mejor dicho, el novio de Verónica vino a colocarnos lámparas. Quedaron preciosas y les dieron un toque de hogar a la casa. Karen está encantada porque por fin se puede ver la cara en el espejo del baño, jaja. Yo, a mitad de bricolaje me escapé a ver la ya nombrada exposición sobre Fellini en la Casa de la Fotografía. Disfruté como un enano, tanto de la modernísima y genial arquitectura del edificio, como de las fotografías y videoclips del artista italiano. Pasé casi dos horas en el museo.

Después, me perdí en las calles que van hacia Park Kultury entre las que descubrí una de la más increíbles maravillas urbanísticas que he visto en Moscú hasta el momento y de la que hablaré en el siguiente post...

¡Felices Pascuas desde la por fin soleada y calurosa Rusia!

martes, 19 de abril de 2011

CAPÍTULO 14. 19 DE ABRIL, MI CASA.

Mi casa es el sueño de cualquier buen bohemio europeo que se precie, dado que sitios como este ya no existen en el viejo continente. Me imagino que en el pasado (en los sesenta, setenta y ochenta), los hubo, pero la especulación inmobiliaria los devoró haciendo impensable, a día de hoy, encontrar viviendas tiradas de precio, pendientes de reformar, en las mejores zonas de las capitales.

El edificio, en mitad de un barrio súper elitista de Moscú (recordemos: una de las ciudades más caras del mundo), está que se cae de viejo, pero a la vez, rebosante de vida… mucha más que cualquiera de las casas de enfrente en las que vemos por la noche hogares iluminados por pantallas de plasma, sirvientes poniendo la mesa y niñeras acostando a niños: todo un contraste con nuestras radicalmente opuestas rutinas. Lo que ven los vecinos del otro lado de la calle a través de nuestras ventanas sin cortinas es gente joven con muebles viejos, sin televisor, que se dedica a pintar paredes por las tardes y reunirse por las noches para reírse bebiendo vino sentados en cajas, en sillas encontradas en la calle o simplemente en el suelo.

He de decir que mi piso es, dentro del bloque, el más aburguesado, pero aún así tiene un puntazo hippy que no se lo puede quitar nadie… Cuando nos mudamos no había, como en el resto de apartamentos del portal, nada de nada: el inodoro y un sillón en el salón. Y ya. Nuestros amigos nos han ido regalando cosas y el novio de Verónica, un manitas, nos las ha colocado: muebles para la cocina, cortinas, lavabo, frigorífico, lavadora, azulejos para el baño… Ahora mismo nos encontramos a medio acabar, pero todo tiene una pinta bastante decente y ya invitamos a gente a cenar y esas cosas. Los chicos de al lado alucinan cuando vienen, ya que el suyo es un apartamento sin paredes (o en la jerga moderna, un "loft") en el que han puesto varios colchones por el suelo y objetos inconexos esparcidos aleatoriamente para decorar. Tenemos mucha relación con ellos porque han acordado que nadie fuma dentro del piso, con lo que cada vez que salimos al portal, está alguno echándose un pitillo; y se da la circunstancia de que ellos fuman mucho y nosotros entramos y salimos más aún, por lo que, blanco y en botella…¡amistad asegurada!

Tenemos un ultramarinos justo debajo y pasamos por allí una o dos veces al día para abastecernos. Los mancebos, dos chicas y dos chicos del Cáucaso, son las personas más amables que he conocido nunca en Rusia y me hablan con muchísimo respeto y yo diría que hasta cariño. Siempre me preguntan por mi día, por mis compañeras de piso, me dan consejos sobre qué cenar o cómo preparar las comidas y a veces hasta se animan a practicar un poco de inglés conmigo. Uno de los chicos estaba enamorado de Karen, pero la irlandesa ha roto, sin quererlo, todo el hechizo, ya que se ha pasado una temporada bajando por las noches emperifollada a por vino, y luego, por las mañanas, demacrada a por agua…y claro, eso no queda bonito en una dama, a los ojos de un inocente y bonachón tendero que busca en cada chica una madre para sus hijos. A ella le da igual, está más interesada en el treinteañero rubio con pinta de malote que entra y sale siempre con mucha prisa del portal, ataviado con gafas de sol y chupa de cuero. Vive encima de nosotros, aunque aún no sabemos con quién. Los vecinos de arriba son muy tranquilos, al contrario que los de abajo, un grupo de rock alternativo que ensaya de forma escandalosa cada tarde. A mi me suelen cortar la siesta, pero me da igual porque la música que tocan está chula y no seré yo quien coarte a ningún artista que quiera expresarse, por mucho que a veces me tenga que poner los tapones para los oídos.

A falta de muebles en mi cuarto (tengo la cama, una barra para la ropa y una mesa), paso gran parte del día en el salón, dónde hay dos sofás, una mesa, la radio, recuerdos varios de viajes y plantas. Las casas en Moscú no suelen tener salón (el suelo es tan carísimo que siempre se aprovecha todo el espacio posible para dormitorios), por lo que podemos considerarnos unos privilegiados, todo el que viene lo dice. Es el primer comentario al entrar. Justo después, el segundo es siempre: ¿por qué os falta media pared?

En uno de los tabiques del salón hay un agujero enorme, justo detrás del sofá. Una de las primeras semanas aquí, mientras Karen y Verónica pintaban, a la segunda le dio por tirar de una pestañita que sobresalía al lado del marco de la puerta. Rascó un poquito, y ¡voilà!, se llevó consigo gran parte del pladur de ese testero. Aquella tarde la siempre divertida Karen lloró de la risa mientras la siempre perfeccionista Verónica lloraba de la rabia contemplando los pedazos de pared en el suelo. A mi me dio un poco igual, hasta lo vi decorativamente interesante.

A día de hoy, semanas después, el hueco en la pared se ha convertido en un tema de conversación muy recurrente entre todos nuestros invitados: Olivia dice que es un monumento a la guerra, Karen lo llama “arte”, Laura, Chris y Joshua ven un falo gigante, yo, el mapa de Italia, y Verónica no se pronuncia ya que se pone mala cada vez que lo mira, jaja. Hemos hablado de restaurarlo, pero creo que ya nos hemos acostumbrado a él. No nos costaría trabajo, la verdad, ya que el portal está lleno de útiles de albañilería y gente currando (como todos los pisos están igual de viejos, todos estamos adecentándolos como podemos).

Algún día, cuando el tiempo sea mejor, voy a coger una silla y me voy a sentar en el patio a observar el goteo constante de gente que transita por mi portal, ya que estoy seguro de que sería toda una experiencia. Ya cuando salgo para mis quehaceres habituales me suelo cruzar con historias con una pinta súper atractiva, pero nunca tengo tiempo de indagar: que si una familia china para arriba, que si albañiles para abajo, que si la chica del pelo rapado con el perro, que si los del grupo de rock, que si adolescentes con cervezas sentados en las escaleras, cemento para arriba, escombros para abajo, un sofá en el ascensor, un piano en el rellano, lámparas viejas, discos de vinilo en los contenedores, bicicletas recién pintadas…¡aquello es una novela de los Álvarez Quintero!

En definitiva, que llevo ya casi un mes aquí y le he cogido bastante cariño. Espero poder quedarme más tiempo, por lo menos hasta septiembre, ya que estamos situados a un paso de Krasniy Oktiabr, la isla en la que el año pasado florecieron en verano innumerables galerías de arte, discotecas, restaurantes, showrooms de moda y talleres de artistas. Alguna vez la he mencionado como el “Manhattan Moscovita” y de verás que no puedo esperar a que empiece la temporada de fiestas en la terraza de Strelka o los festivales de música en el patio de la antigua fábrica de chocolate… Mientras todo eso llega, me conformo feliz, con levantarme cada mañana y admirar, desde mi ventana, las vistas más increíbles que he tenido nunca desde un dormitorio:

sábado, 16 de abril de 2011


CAPÍTULO 13. 11-16 DE ABRIL, CAFÉS, COMIDAS, CENAS, COPAS...

Esta semana, superada por fin la etapa de reencuentros (creo que ya no me queda a nadie más por ver), la he dedicado a juntarme con gente que me gusta y que me hace feliz: el lunes tomé un café en Arbat con Carmen, el martes de parranda con Luis por los mejores sitios (¡y qué sitios!) de Kutznetsky Most y el jueves quedé a medio día para comer sushi con Verónica y por la tarde con Sascha para asistir al desfile del diseñador Chapurin.

Este evento me vino muy bien para refrescarme, aunque no es de los que más me gustan, ya que aquello era una fidedigna representación del poderío de los nuevos ricos rusos (limusinas, fotógrafos, flashes, trajes largos, diamantes, silicona...) con la que yo no me siento muy identificado. No obstante, lo que hace el que dicen que es el mejor diseñador de Rusia me parece de alta calidad, él me cae bien y había barra libre de cocktails, con lo que yo no me puedo quejar, ya que echamos un rato muy agradable. Además, me sirvió para recordar y contarle a Sascha aquella anécdota que me sucedió en el afterparty de su desfile de 2010, cuando alguien le dijo a Chapurin que yo era de la embajada española y él, borracho como una cuba, vino a darme la brasa para que le hiciera no se qué visa especial. Yo, que para aquel entonces no le ponía cara al creador de la marca que me había invitado a aquella bacanal de champán y caviar, me lo quité de encima como pude en plan “¿quién es este plasta?”, pregunta a la que obtuve respuesta un rato después cuando mi amiga Anna me dijo disimuladamente a su paso: Mira, ese es Chapurin, ¡el diseñador!...

El viernes noche, después de varias horas de estudio, lo pasé en casa de mis buenos amigos Hugo y Simon, que nos habían invitado a unos cuantos colegas a unas copas “de puesta al día”. Hugo es boliviano y llegó hace seis años a Moscú con una beca que el gobierno ruso da a los alumnos más brillantes de algunos países de Sudamérica. Charlar con él es siempre ameno. Solemos empezar con liviandades que a menudo derivan hacia temas más profundos en los que Hugo demuestra sin dificultades porqué es el número uno de su promoción y porqué tiene el expediente lleno de matrículas de honor. A mi me encanta ir a su casa (que aunque no lo parezca no es suya, si no de su novio inglés, Simon), ya que es el centro de reunión de muchos latinos y rusos, lo cual es siempre una combinación explosiva. Ese día lamentamos la ausencia de algunos de los fijos en encuentros de este tipo, como son Valeria, Carla y Santiago, pero aún así lo pasamos bomba viendo vídeos horteras de los ochenta y noventa de nuestros respectivos países… ¡qué recuerdos de Xuxa y Raffaella Carrá!

El sábado amaneció de un soleado glorioso. Karen y yo, contentos, quedamos por la tarde con la persona más graciosa que he conocido en los últimos años, Laura Wetsel, para escucharla, entre risas, auto compadecerse de su mala suerte amorosa y maldecir, tras cada sorbo de vodka, a todos los hombres sobre la faz de la tierra. Desafortunadamente, mi amiga americana sólo nos regaló un pequeñísimo rato de su compañía, dado que estaba de demasiado mal humor para seguir de carcajadas con nosotros, pero quedamos en que esta semana haríamos algo juntos.

Los planes con Laura, unidos a la noticia de que Sascha se viene conmigo el día doce de mayo a pasar el fin de semana a Barcelona me alegraron el sábado noche, que disfruté, por segunda semana consecutiva, ¡solo en casa delante del ordenador! :-O